Buenos días a todos/as:
hoy el artículo que voy a escribir se me hace muy duro, ya que voy a hablar de uno de mis mejores amigos, el cual, por desgracia no va a durar mucho más; sí, me refiero a mi gran amigo, compañero fiel y leal donde los haya, mi perro.
Hace doce años, llegó a mi vida el amigo más fiel que jamás un hombre puede tener, mi Labrador canela, casi blanco, que entró en nuestras vidas, en especial en la mía y en la de mi madre, para ayudarnos a olvidar a la persona que más hemos querido, mi abuela. La verdad es que nuestro perro nos ayudó mucho a volver a ilusionarnos, (indudablemente no comparo el cariño de un animal con el de una persona que será irreemplazable), y nos obligó a olvidar lo feo y desgraciado de la vida.
Todavía recuerdo como si hubiera sido ayer mismo, como cuando me lo dieron en brazos, mi perro, se me agarraba con sus zarpas, (ya prometía ser grande), todo asustado. Pero a la vez curioso y olfateando a este que iba a ser su dueño. La verdad, parecía más un gato aterrorizado clavándome las uñas que un cachorro enorme de labrador.
Lo que más me llamó la atención de mi cachorrete fue su pelaje blanco con un ligerísimo toque canela, que afortunadamente hoy por hoy sigue manteniendo. Su pelo de cachorro era revoltoso, y su blancura rivalizaba con el color negro de su pequeño hocico curioso, el cual no paraba de olfatear todo lo que le rodeaba. Además las almohadillas de sus patas eran rosadas y suaves, ya que apenas habían tocado el suelo de la calle, que luego las convertiría en grises y más asperas.
El momento de la entrada en mi casa fue épico, ya que mi madre no se lo esperaba y se quedó de piedra cuando vio que esa cosa pequeña y peluda, (aún así más grande de lo normal), se acercó a ella y le olisqueó. Enseguida vi en la cara de mi madre, que de la sorpresa y "enfado" inicial, (consideró que iba a ser una responsabilidad enorme el criarlo), pasó a la sonrisa inevitable de ver como un cachorro de labrador inspeccionaba su nuevo hogar, correteando de aquí para allá sin parar. Y...¡cómo buen macho!, realizó la primera orina de la casa en la cocina, para ir marcando su territorio.
Sinceramente los tres primeros meses de convivencia coincidieron con el período estival y pagamos la novatada de no sacarle a la calle, (aconsejan que hasta cumplir tres meses no toque la calle), y tanto mi madre como yo nos turnábamos para poder bajar a la piscina y no dejar que nuestro cachorro se quedara solo en casa a merced de comerse todo aquello que pillara. ¡Mereció mucho la pena!
Ya cuando lo sacamos las primeras veces, comenzamos a ver un cambio sutil en su hocico, que de negro azabache, comenzó a tornarse rosáceo, con alguna pequeña peca que hoy por hoy todavía conserva. Pronto descubrimos el porqué de ese cambio.
Un día en el Juan Carlos I, se nos acercó un chico con su pittbull y nos comentó que le encantaba nuestro labrador "red nose". Ante nuestra cara de desconocimiento, nos comentó que no era un labrador europeo, era un labrador americano que son más grandes que los europeos y cuya peculiaridad física es su nariz rosada en la edad de adulto. La verdad es que era un chico entendido en la materia y gracias a él supimos que nuestro perro llegaría a ser más grande que lo que es un labrador normal. ¡Doy fe de ello!
Pero a los 4 meses de vida nos dio el primer disgusto, ya que tras superar una parvovirosis, se le detectó la enfermedad más común en estos animales; la displasia de caderas, enfermedad que provoca mal formación en las caderas y en la vejez incluso parálisis de las patas traseras y perdida de control de las tareas fisiológicas. Antes esta noticia, mi madre y yo decidimos que era lo mejor operarle. Así lo hicimos. Nos costó un ojo de la cara, pero lo operó Pujol, el mejor de la especialidad.
Durante más de 11 años, (ahora tiene 12 en mayo), nuestro perro se ha ido convirtiendo en uno más de la familia, y su cuerpo le ha respondido con mucha fiabilidad. Incluso ya ha superado la media de esperanza de vida de su especie.
Pero desde hace unos meses, hemos apreciado que nuestro amigo, ya no demuestra esa vitalidad que contagiaba a todos, y que por desgracia sus patas traseras ya no son tan potentes. Todavía no es algo preocupante, ya que sigue respondiendo normalmente a los paseos y a su vida normal, pero si bien es cierto que ya no logra subirse al coche y a la cama sin ayuda por nuestra parte, sus patas no le dan la fuerza necesaria, y alguna que otra vez no ha controlado sus defecaciones. Pero aún así son capítulos aislados.
NO olvidemos que va a cumplir 12 años. Aún así ya está comenzando el ocaso de su existencia, y por ello quiero homenajearle con este artículo, donde no me cansaré nunca de indicar que ha sido, es y será posiblemente el mejor amigo que jamás haya podido tener; ya que su corazón es inmenso y su lealtad más allá de toda duda. Por eso y por mucho más que no escribiré ya que si lo hiciera no acabaría nunca; te doy las gracias por existir, por alegrarnos la vida a tu familia y espero querido amigo que todavía pueda "molestarte cariñosamente" al menos dos o tres años, siempre que estés bien y no sufras dolores que te impidan ser feliz junto a nosotros: tu familia.
Y no temas que si tu calidad de vida no fuera la imprescindible, actuaría con sentido común y no me dejaría llevar por el egoísmo y aplacaría tus sufrimientos antes que verte agonizar. Pero por favor, todavía no me hagas decidir. ¡Te queremos!
Este artículo no es como los habituales, pero creo que mi perro se merece este reconocimiento.
Hasta la próxima:
EL ABUELO.
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